Romántico y exótico jardín lleno de rincones y refugios para el cuerpo y el espíritu
Diseñado por Francisco de Sales Covelo, allá por los sesenta, situado en la avenida de Europa no 52, en las proximidades de la viguesa playa de Samil, se encuentra el que fue durante años su cuartel general.
Un romántico y exótico emplazamiento que conforma un peculiar jardín, lleno de rincones y refugios para el cuerpo y el espíritu. Plantas terrestres y acuáticas, árboles autóctonos y foráneos, Ceibas, Chorishias, Sequoia sempervirens, Corymbia ficifolia (Eucalipto ficifolia), Hibiscus mutabilis, Paulownia tomentosa, Pittosporum undulatum, Syzygium paniculatum (Eugenia mirtifolia), Bouganvillea glabra, Watshingtonia robusta y Watshintonia filifera, Helechos arbóreos: Cyathea australis, Dicksonia antartica, Smundis Regalis, etc.
Este atractivo espacio, cuenta con una gran variedad de plantas silvestres y cultivadas, muchas de ellas de remota procedencia, que resultan del máximo interés del visitante aficionado y que rodean una casa de singular belleza, convertida, hoy, en sede de la Fundación que lleva su nombre. Diseñada y construida con sus propias manos, la mayor parte de los materiales fueron conseguidos en derribos o proceden de donaciones de elementos en desuso.
Los pequeños y bellos estanques y parterres con que cuenta la finca están convertidos en atractivos refugios naturales de vida silvestre. Patos de la India, exóticas cotorras, etc., completan una fauna sonora e infrecuente, creando una relajante atmósfera para el visitante sin prisa.
Francisco Sales, fue un hombre bueno y sencillo, un respetado paisajista, con más prestigio y notoriedad entre sus propios colegas que entre el público en general.
Hombre, amigo y artista
Intentar evocar la figura artística de Sales Covelo requiere un esfuerzo que posiblemente supera mis capacidades. No podré hacer otra cosa que referirme al hombre, al amigo cuya desaparición todavía representa un enorme vacío. Cuando me refiero al hombre, al amigo, significo también al artista, porque en Sales Covelo ambas facetas se fundían en la más armoniosa de las síntesis.
Hombre, amigo, artista. Arte y generosa humanidad constituían en él sus mejores mieles: hombre, lo era en la plenitud y excelencia de su condición viril. Amigo, lo fue de muchos y como muy pocos, con la entrega sin límites de su lealtad. Artista, con el íntegro fervor que da, al ejercicio de la belleza, el dominio de la estética y las proporciones.
Nada humano le fue ajeno; nada bello le fue extraño; una cultura sólida, reposada en la meditación y cultivo de sus queridas plantas, culminaba en su inteligencia amorosa. Así, por la clara nobleza del hombre, por la entrega incondicional del amigo, por la poliédrica sensibilidad del artista, su comunicativo ingenio, su perspicaz ironía; su andaina vital fue siembra y vivero fértil, de continuos afectos.
Enjuto, de amable rostro, hombros anchos, algo en exceso, como si tuviera que soportar un peso invisible. Frente alzada, cruzada de surcos meditativos, indómita, luenga y desordenada cabellera, no demasiado abundante, con gruesa y pronunciada nariz. Había dos rasgos en su rostro que me llamaban particularmente la atención: los ojos y la boca. Aquellos, de color no bien definido, entre verdes y grises, eran extraordinariamente móviles, recordaban a los de sus loros que tanto amaba y que con singular destreza lo imitaban. Su mirada -profunda, nerviosa, limpia, luminosa- era invariablemente la misma, iba recta y afilada como un dardo, a buscar en las personas y en las plantas el refugio recóndito de la verdad.
Una suprema fuerza ponía en él su resplandor de fuego secreto y ante su ascética y sobria silueta, uno no podía sospechar que se escondiera un espíritu lleno de creatividad y sentido del humor. En cuanto a la boca, ninguna tuvo como la suya el don de la sonrisa cordial que parecía estar pidiendo disculpas permanentemente, por ser tan cariñosa. La cólera fingida y la palabrotería de que de vez en cuando hacía gala, no eran capaces de ensombrecer su permanente cordialidad y su contrastada bonhomía.
No conocí ningún artista de la jardinería y la paisajística que dominara con pareja facilidad su profesión. El prestigioso horticultor madrileño Gabriel Spala, dijo en mi presencia: “Sales Covelo está a medio camino, entre César Manrique y el brasileño Burle Marx”, dos figuras de primer orden, internacionalmente reconocidas. Y todo ello, sin ningún estruendo, suavemente, con despreocupación absoluta por lo notorio o lo económico.
Sales Covelo fue siempre discreto y desde la clandestinidad hacía pintura, arquitectura, el amor… a la vida, a las plantas. Hacía como pocos, casas y parques que sin duda van a perpetuar su recuerdo.
En suma, en el color y calor, en el dramatismo y pasión con que la fuerza de su temperamento traducía la vida, estaba la verdadera esencia de su personalidad.
Duele su ausencia, pero reconforta saber que sigue llenando nuestro espacio.
Avda. de Europa, 52 · 36212 Vigo (Pontevedra)
Tel.: 986 24 08 82 · E-mail: info@salesxardin.com
Intentar evocar la figura artística de Sales Covelo requiere un esfuerzo que posiblemente supera mis capacidades. No podré hacer otra cosa que referirme al hombre, al amigo cuya desaparición todavía representa un enorme vacío.
Cuando me refiero al hombre, al amigo, significo también al artista, porque en Sales Covelo ambas facetas se fundían en la más armoniosa de las síntesis.
Hombre, amigo, artista. Arte y generosa humanidad constituían en él sus mejores mieles: hombre, lo era en la plenitud y excelencia de su condición viril. Amigo, lo fue de muchos y como muy pocos, con la entrega sin límites de su lealtad. Artista, con el íntegro fervor que da, al ejercicio de la belleza, el dominio de la estética y las proporciones.
Nada humano le fue ajeno; nada bello le fue extraño; una cultura sólida, reposada en la meditación y cultivo de sus queridas plantas, culminaba en su inteligencia amorosa. Así, por la clara nobleza del hombre, por la entrega incondicional del amigo, por la poliédrica sensibilidad del artista, su comunicativo ingenio, su perspicaz ironía; su andaina vital fue siembra y vivero fértil, de continuos afectos.
No conocí ningún artista de la jardinería y la paisajística que dominara con pareja facilidad su profesión. El prestigioso horticultor madrileño Gabriel Spala, dijo en mi presencia: “Sales Covelo está a medio camino, entre César Manrique y el brasileño Burle Marx”, dos figuras de primer orden, internacionalmente reconocidas. Y todo ello, sin ningún estruendo, suavemente, con despreocupación absoluta por lo notorio o lo económico.
Sales Covelo fue siempre discreto y desde la clandestinidad hacía pintura, arquitectura, el amor… a la vida, a las plantas. Hacía como pocos, casas y parques que sin duda van a perpetuar su recuerdo.
Dice la leyenda que las rías gallegas surgieron cuando Dios apoyó la mano en la tierra para descansar. Dicen los historiadores bíblicos que el Paraíso estaba situado en algún lugar entre el Éufrates y el Tigris. Lo que no dicen ni leyenda ni historia es que el Supremo Hacedor eligió a un hombre para construir un pequeño paraíso muy lejos de Mesopotamia. El Elegido fue Francisco Sales Covelo y el lugar, en Vigo, el Sales Xardín Arboretum.
Este admirable arquitecto paisajista edificó una casa de aspecto rústico, a veces tosco, a base de materiales en desuso: piedras de una casa en ruinas, vigas de madera de una fábrica o, quizá, de un barco encallado en Cabo Estai, columnas de hierro que sostuvieron la techumbre de algún café modernista…
A su alrededor, Sales Covelo rindió culto al mundo vegetal, ese mundo que alimenta al resto de los seres del planeta. En el lado sur de la casa, el “Recuncho de Sales”, único lugar del recinto desde donde se aprecia la magnificencia del gingko biloba, especie vegetal que volvió a brotar pese a los ataques de Hiroshima y Nagasaki. Delante de él, la bouganvillea, la liquidámbar y el árbol del coral, la flor nacional de Argentina, preceden a un grupo de plantas pendulantes, como la sophora, que, cuando el viento las mece, parecen hablarnos por signos.
En “A Chaira” nos da la sensación de encontrarnos debajo de cúpulas eclesiales: el olmo montano recuerda al viejo Pantheon de Roma; los helechos arbóreos semejan las nervaduras de puntiagudas cúpulas góticas; y, sobre todo ello, un inmenso arce japonés que convierte sus hojas en estrellas al filtrarse la luz del sol. Al fondo se escucha la música armoniosa de una fuente cayendo sobre una charca de nenúfares.
Uno espera encontrarse un oso panda en la “Bambusería”, de colores verde y negro, y se pregunta como llegó y se instaló esa planta en Galicia. Tal vez la primera fue, hace cientos de años, obsequio del algún marino oriental a un lugareño que le ayudó a reparar su nave.
En el Xardín Arboretum descubres el pangue, planta chilena de tallo comestible y en cuyas hojas se envuelve carne para asar entre brasas; y una variedad gigantesca de flor del ave del paraíso, de color negro azul y blanco; y te sorprende que la palmera mejicana rodee su tronco con las hojas muertas para protegerse y así poder seguir medrando.
Y te encuentras cipreses de los pantanos y acebos; y un árbol del hierro, que siempre fue exclusivo de los jardines de la nobleza. Y, cómo no, esa planta ya tan nuestra que es la camelia, sobre la que aún se discute cual fue el primer ejemplar que llegó a Galicia: uno de los del pazo de Oca, el del restaurante Casa Felisa, en la calle Porta da Pena, de Santiago y algunos otros participan en esta polémica.
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Situación:
Avenida de Europa 52
36212 Vigo
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Contacto:
Tel.: +34 986 240 882
info@fundacionsales.org
Horario:
De martes a sábado: 12 h a 18 h
Precios:
Amigos Fundación: Gratis
Adultos: 2€
Niños (hasta 9 años): 1€
Mayores de 65 años: 1€